Close

La filosofía de la prevención de riesgos laborales y los libros de autoayuda

Autores: Javier Abad Calonge, Raquel Luque Jiménez y Javier Cassini Gómez de CádizPREVYCONTROL

Estaremos de acuerdo en que la prevención es un asunto transversal que inunda, o debe hacerlo, todos nuestros aspectos vitales. Y si hablamos de prevención de riesgos laborales, también coincidiremos en que debe encontrarse en todos los aspectos de la organización empresarial.

¿Quién no ha leído un libro de autoyuda? “12 Reglas para vivir mejor” de Jordan B.Peterson puede ser un buen ejemplo de este tipo de libros y es relacionable con nuestra profesión, la de prevencionista y, de este modo, darnos cuenta de que los conceptos que “vendemos” a diario tienen una traslación a la vida diaria y, además, percibir que los consejos vitales de los libros de autoayuda son perfectamente aplicables a nuestra tarea profesional.

Además su lectura fácil puede ser un argumento por el que abordar “12 Reglas para vivir mejor”. La verdad es que su autor, el académico Jordan B. Peterson, profesor de Psicología de la Universidad de Toronto, no deja indiferente a nadie. Para quien no esté al corriente de la personalidad de Peterson y a modo de ejemplo, se negó a emplear en la relación con sus alumnos los neopronombres “ze, zir, they” de uso legal obligatorio en Canadá para dirigirse a quienes no se reconocen en los ordinarios “he, she”.

Y lo cierto es que casi todas las reglas tienen un sencillo resumen, pero no todas se dejan devorar fácilmente, como las habituales recetas de autoayuda. Cuando llegamos a la Regla 7 es fácil sufrir algún atasco que pueden provocar la relectura. Su título: “Dedica tus esfuerzos a hacer cosas con significado, no aquello que más te convenga” es fácil que obligue a recuperar en la memoria aleatoria registros históricos, religiosos y filosóficos que tengamos que desoxidar y lubricar a conciencia.

Tanta ida y venida sobre el consejo de la regla no será en vano y, por momentos, tendremos la ilusión de que tienen un “traspasar” al mundo de la prevención.

Por ejemplo: gracias a Peterson, recordaremos que el trabajo es una de las maldiciones impuestas a Adán por su mala cabeza. Los prevencionistas nos ocupamos de conjurar los riesgos del escenario laboral, cada uno en su pequeño rincón del saber y del hacer, pero trabajar es una clase de sacrificio; y aquello de “trabaja en lo que te gusta y no trabajarás nunca más” es un embozo utopista que oculta una siniestra casuística de cardiopatías y otros efectos varios del estrés.

Y también gracias a Peterson entenderemos la idea de que trabajar supone postergar la satisfacción inmediata en aras de un futuro mejor. Es decir: no trabajar me lleva a algo que me conviene en el presente (carpe diem, échate un sueñecito, déjalo para mañana), mientras que trabajar llena de sentido el futuro.

De la misma manera, trabajar sin prevenir es menos sacrificado que trabajar previniendo. Volver al almacén a por el EPI olvidado, hacerse vigilar la salud, recibir una formación supone redoblar el sacrificio que supone el trabajo. Trabajar sin el EPI satisface al imprudente perezoso que no cree que pueda sufrir un accidente en su última media hora de jornada; llevar varios años sin hacerse un reconocimiento médico puede significar pereza o temor a sus resultados, a cambio de un área temporal de confort; aprender sobre prevención de riesgos laborales (y no meramente asistir a un curso) da significado en forma de conocimiento, imprescindible si se quiere modificar un mal hábito.

Si abordamos la segunda regla expuesta por Peterson “Trátate a ti mismo como si fueras alguien que depende de ti” también seremos capaces de relacionarla con la prevención de riesgos laborales; podemos traducirla de manera nítida si decimos algo así como cuida de tí mismo y toma las medidas que sean pertinentes para que no te ocurran “cosas” en el trabajo.

Como prevencionistas y en el anterior sentido, lo primero que nos vendrá a la cabeza es que a veces se cometen imprudencias en el trabajo y de las que somos, o podemos llegar a ser, los principales perjudicados y, en ocasiones, hasta responsables. Cada persona es la que más puede cuidar de sí misma no poniéndose en situaciones de riesgo, siempre que se disponga de conocimiento al respecto, claro está. Es una aplicación clara del cuida de tí mismo, y esto suele verse de forma nítida en los aspectos gruesos…pero se puede ir más allá y afinar.

Estaremos de acuerdo si decimos que todo puesto de trabajo exige unas competencias profesionales y una aptitud física. Pero también es más o menos adecuado un concreto perfil de personalidad ajustado a cada tarea profesional.

Las personas somos distintas, tanto física como psíquicamente y, por tanto, no reaccionamos del mismo modo a idénticos estímulos. No somos todos iguales ni aptos para lo mismo aunque tengamos parecidas competencias.

¿Es lo mismo tener una baja o alta percepción del riesgo para un puesto que exija trabajo en altura? Es evidente que no.

¿Tiene importancia una mayor o menor tolerancia al estrés en un puesto de trabajo con numerosos estímulos en poco tiempo? Es evidente que sí.

Lo anterior, como muchos otros aspectos, genera o puede generar riesgos laborales. Para actuar ante los mismos debemos autoconocernos y vincular ese autoconocimiento con las situaciones que pueden provocar riesgos en el trabajo debido a nuestra forma de ser, igual que hacemos con nuestras características físicas.

Una vez “autoconocidos” y realizado un trabajo de introspección personal, estaremos en mejor disposición de tratarnos mejor pues realmente dependemos de nosotros mismos durante gran parte de la jornada de trabajo.

Otra regla que podemos vincular con la gestión de prevención de riesgos laborales es la número ocho: “Di la verdad, o por lo menos no mientas”.

Su relación con la gestión de prevención de riesgos laborales, su aplicación y el comportamiento humano ante la misma, es muy evidente y se produce con más frecuencia de lo que pensamos.

Con el fin de vincular esta regla , pensemos en dos situaciones o modos de actuar que cada día se viven en nuestro entorno laboral.

Pensemos en primer lugar en un técnico de prevención que se encuentra investigando un accidente. Normalmente debe recabar información de personas implicadas en el mismo, ya sean directivos, mandos intermedios, compañeros de trabajo, el mismo accidentado o el mismo empresario.

En estas entrevistas, las distintas personas suelen tener distintos puntos de vista y, normalmente, distintas motivaciones a la hora de describir hechos y definir causas; a veces de manera intencionada y otras de manera inconsciente derivada de la historia profesional de cada persona y sus vínculos adquiridos.

Pero es frecuente olvidarse de que la finalidad de una investigación de accidente es analizar un suceso para tomar medidas y que no vuelva a ocurrir, no buscar culpables. Y por ello, se miente consciente o inconscientemente.

Por todo lo anterior, es fundamental decir la verdad o, al menos, no mentir para que el técnico de prevención saque conclusiones acertadas y veraces que ayuden a que no sigan “pasando cosas” o, por lo menos, “las mismas cosas”.

Y, en segundo lugar, están las mentiras que nos hacemos a nosotros mismos y de las que solemos convencernos: “a mí nunca me van a pasar accidentes”, “nunca me ha pasado nada sin usar equipos de protección”, “solamente va a ser un momento ahí arriba” y un largo etcétera de argumentos que nos damos a nosotros mismos siendo conscientes de que no hacemos las cosas de modo adecuado a nuestra propia seguridad.

Estas mentiras que nos hacemos de modo muy automático y en ocasiones casi de modo inconsciente, debemos evitarlas a toda costa tratando de racionalizarlas…mentirnos a nosotros mismos, cuando lo que está en juego es nuestra propia integridad física no parece que sea muy razonable, así que te debes decir la verdad o, al menos, no mentirte.